Blanco
Cuando Alfonso entró a la habitación que Carolina se había apropiado para convertir en “nirvana artístico”, en otras palabras, su estudio, la vio de pie frente a lo que ella había llamado más temprano ese día “su obra maestra”. Se acercó lentamente evitando pisar los miles de trapos manchados que nadaban por el suelo, los cientos de tubos de oleo que se derramaban sobre los trapos y las decenas de pinceles teñidos que se incrustaban en la pintura derramada.
Cuando llegó a su lado Carolina se dio media vuelta y le señaló el enorme lienzo de dos por dos.
-Es perfecto – susurró ella como en un trance.
Alfonso miró la tela, veía un lienzo pintado de blanco; ni formas, ni colores, nada, sólo blanco. La miró con una falsa admiración pero ella tenía la extraña habilidad de ver en sus ojos cuando le estaba mintiendo.
-Dime la verdad, ¿entiendes lo que dice?
Alfonso miró el papel de arriba abajo, si tenía que ser sincero, no entendía absolutamente nada de lo que Carolina pretendía mostrar… pero la última vez que había sido sincero había terminado con medio guardarropa en la calle rogándole que lo perdonara y lo dejara entrar.
-Sí, es muy claro, puntual.
-¿Qué te dice?
Demonios, ahora qué.
-¿Por qué no me dices qué te dice a ti? Así puedo saber si lo interpreté bien o no.
-No, así no funciona; yo sé lo que quería decir, tú eres un espectador objetivo. Dime, ¿qué te dice?
Alfonso lo dudó por un momento. Bien, algo se le tenía que ocurrir, algo poético y profundo, como ese tipo de análisis que los críticos le hacen al arte moderno… que a su opinión no era arte, pero claro, si ese pensamiento salía de sus labios frente a Carolina, algo más que su ropa terminaría entre el charco que se formaba junto al andén de en frente.
-Es indescriptible… no puedo ponerlo en palabras.
-Veo… – suspiró Carolina.
Ella observó su obra un momento más y salió de la habitación. Entonces Alfonso se acercó al lienzo hasta casi tocarlo con la nariz; extraño, no olía a pintura. Corrió su mano por la superficie; extraño, no sentía ningún trazo. Un lienzo de blanco era lo que había visto… un lienzo blanco era lo que tenía frente a él. A lo lejos oyó las ventanas de la habitación abriéndose de un golpe y los alocados gritos de Carolina renegando las mentiras, las falsedades, la falta de confianza.
Rió para sus adentros, incluso las mentiras le traían mala suerte. Salió del apartamento, bajó las escaleras y sacó su ropa del charco frente al andén. Otro día.
-¡Carolina, déjame entrar! – gritó hacia la ventana de donde salía en picada el resto de su ropa.